Texto redactado por Javier Navas González.
Crudo podía llegar a establecerse en ese fantástico de lo natural que pone en juego lo real emergente del cuerpo —alineándose también con el body horror y con esas últimas cintas que se catalogan como extremo francés— a través de lo tangible de sus imágenes. Lo peculiar de Titane es, tal vez, que parece huir de esas etiquetas y referencias —Denis, Noé—, y así afirmaba Ducournau:
"No me inspiro en otras tradiciones para romper con los códigos del cine de mi país. Lo que me gusta es mezclar cosas distintas. Las películas de David Cronenberg y el cine surcoreano me inspiran tanto como el neorrealismo italiano. Quiero que mis proyectos no se puedan atribuir a una sola nacionalidad o género. Aspiro a hacer un cine que sea mestizo."
Nacía Ducournau en el 83 mientras se proclamaba la larga vida a la nueva carne —que no es más que la nostalgia de una carne ya híbrida junto a las nuevas tecnologías, separada de su condición natural—, vestigio rastreable a lo largo de su obra pues parece apuntar hacia la idea de que, en algún momento, todo cuerpo se siente equivocado —entremezclándose aquí con la cuestión de la indefinición de género en un curioso caso de polisemia, pero refiriéndome ahora a lo que se inscribe desde su contexto como tema de orden fundamental desde toda clase de movimientos sociales—.
El cuerpo ya no es sino el altar imaginario del sujeto contemporáneo mediante el cuál generar reivindicaciones, pero Ducournau nos muestra lo peor de él junto a la irreversibilidad del tiempo para que podamos leer su película como una liturgia sobre el cuerpo profanado, y entender a Alexia como un escenario en ruinas por sus metamorfosis.
Todo el planteamiento parece apuntar en buena dirección y la sensualidad que Julia esquivaba en Crudo mientras recogía pinceladas de NWR —que recién estrenaba la similar y superior The Neon Demon— parece plasmarse aquí de una vez, pero tan sólo de una forma exhibicionista que sirve para recordarnos que Tsukamoto y demás precedentes —confirmados por ella— ya hicieron más con menos.
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Raw y The Neon Demon (2016) |
Una estética ya de moda a la que recientemente se ha sumado Fargeat, que parte de la crítica de festivales defenderá como "arriesgada" porque no es capaz de admitir el subrayado en ellas ni la conversión a lo videoclipero de esa mezcla entre NWR y un mal entendido Cronenberg —e infinidad de referencias más desde las ya nombradas hasta Verhoeven o Amirpour— que hacen que todo resulte repelente no precisamente por la visceralidad de sus imágenes, sino por la carencia de subversión e imaginario que poseían los anteriores, terminando por no aportar nada nuevo.
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Showgirls (1995) |
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Titane (2021) |
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A girl walks home alone at night (2014) |
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Titane (2021) |
Porque su problema está lejos de ser el exceso. Es la ausencia de una dialéctica interna en él, limitándose a afirmar una transgresión sin estructuras internas que la sustenten, cristalizando toda tensión en unas imágenes que sustituyen la sugestión por el impacto superficial, confundiendo la literalidad del gesto con su verdadera potencia evocadora. El cuerpo no se transforma como interrogante sino como fetiche. Cronenberg no desplegaba ni muchísimo menos una "estética del shock", planteaba la mutación como crisis de identidad, y Ducournau la convierte ahora en una pose totalmente inexpresiva con cierto temor a confrontar de forma directa todas las implicaciones de esa descomposición. Se le ven las costuras, por ejemplo, en esa relación de la protagonista con su padre, donde en lugar de crear una tensión entre lo posthumano y lo afectivo, opta por una especie de redención emocional que se rige ya sin descaro por los códigos de un cine convencional, disolviendo todo riesgo discursivo en una resolución casi celebrativa sin interrogantes o fricciones.
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Implantes en Crash (1996) |
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Titane (2021) |
Es una lástima que sean películas como esta —junto a la otra directora que perdió fuelle tras su primer trabajo, la ya nombrada Fargeat— las que definen y a día de hoy se estudian como principales referentes de una nueva corriente feminista/queer en el cine contemporáneo, porque no abren nuevas vías, se miran a si mismas admirativamente mientras pierden la posibilidad de ser algo más. Debiéramos quizá centrar la mirada en cineastas algo más eclipsados como pudieran ser Tsai Ming-liang, Terence Davies o Jane Schoenbrun —quien personalmente creo que es una grandísima promesa a la que no convienve quitarle el ojo de encima—.
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