WESTERN: Reflexiones sobre el género + TOP 15 del SIGLO XXI.


Tal vez el punto más fascinante del western como género sea su propia resistencia a la muerte, porque con el tiempo uno observa que más que un conjunto fijo de convenciones, este se ha convertido en una estructura mitológica mutable. Por ello, veo no sólo pertinente, sino necesario, comenzar este artículo reflexionando y ahondando un poco sobre qué es exactamente el western y cómo ha tenido esas mutaciones en los últimos años.
Lo cierto es que es precisamente esta compleja delimitación la que hizo que recientemente abandonase este escrito y me dedicase —a raíz de la lista de The New York Times— a tratar de crear mi propia lista de las 100 mejores películas de lo que llevamos de siglo. Pero ante una pre-lista con unas 300 candidatas y la imposibilidad actual de eliminar siquiera una de todas ellas, he decidido desempolvar este borrador algo más concreto y selecto, y dejar lo otro para dentro de un tiempo.


Volviendo al tema: No hay otro género que parezca haber “muerto” y “resucitado” tantas veces ni con tantos rostros distintos como el western. Y, a diferencia de lo que muchos piensan, más que un conjunto de fórmulas estéticas —caballos, revólveres, desiertos— es, ante todo, una mitología fundacional del cine; una narrativa sobre el conflicto entre civilización y barbarie, sobre fronteras cruzadas e impuestas¹. Una iconografía tan poderosa que aun tras su declive —en su sentido clásico— en los 60-70, muchas películas siguieron hablando este idioma desde otros territorios.
Por esto, definir el género en el S. XXI implica mucho más que una cuestión de ambientación. Se ha vuelto casi una forma de pensar sobre el pasado, sobre la ley, la masculinidad, la violencia, sobre la memoria de un país… Hoy en día es común hablar de westerns históricos, spaghetti westerns… Se habla también —no tan frecuentemente— del acid western —un término esbozado por Pauline Kael y Jonathan Rosenbaum²—, o del western crepuscular —como esa subversión que muestra el Oeste agotado y despojado de heroicidad—. Como se ha demostrado, no es tan importante la estética como la filosofía que envuelve a los protagonistas de estas historias. El héroe trágico del western contemporáneo ya no opera como tal, pero regresa de entre los muertos —destacando, así como los héroes de Ford, por su vulnerabilidad emocional más que por su fuerza física— en busca de una señal que lo mantiene como participante de este género en desgaste³.
Lo que termina por vislumbrarse en todos estos subgéneros es que lejos de desaparecer, el western se ha convertido en un dispositivo de interrogación cultural, no respondiendo a certezas sino descomponiéndolas desde su tiempo. Tal vez por ello sean sus mejores expresiones recientes no ya celebraciones del pasado sino miradas escépticas sobre mitologías anteriores. 

Antes de comenzar con la lista, me gustaría recomendar —para quien quiera seguir profundizando en la definición misma del género— los artículos que aquí vinculo tras el mío —los cuales abordan estos subgéneros acercándolos a otras cintas, desde las más evidentes de Hawks y Ford hasta incluir algunas como Kill Bill—.
Aclarar también que la lista solo incluye largometrajes estrenados en este siglo —que comienza, recuerdo, en el año 2001, por lo que películas como Tears of the Black Tiger (Sasanatieng, 2000) quedan fuera del listado—. Otras obras de gran valor pero distinto formato como pudieran ser Godless (2017), Red Dead Redemption 2 (2018) o Instructions for a Light and Sound Machine (2005) no se incluirán aquí. No abundan los westerns últimamente, pero he tratado de recopilar algunos que, considero, aportan algo a este género y no se limitan a rendirle homenaje —como pudiera ser la correcta pero poco inventiva Appaloosa (2008)—. 

15. El bueno, el malo y el raro (Kim Jee-woon, 2008)

El film de Leone no es más que una excusa para levantar más de dos horas llenas de humor y espectáculo, sometiendo aquel spaguetti western a una estilización posmoderna e hiperbólica. Una celebración pulp que resulta en un exceso visual apabullante, llena de coreografías y escenas planificadas de forma admirable, que no renuncia en ningún momento a una reflexión sobre el caos histórico del S. XX en Asia.

14. Godland (Hlynur Palmason, 2022)

Traslada esta vez los códigos a la Islandia del S. XIX para tratar el colonialismo y la violencia implícita en la civilización. Mediante la contemplación y la estética pictórica logra convertir su geografía en el personaje principal, haciendo de cada plano un deleite como pocos se han visto recientemente dentro o fuera del género.

13. Open Range (Kevin Costner, 2003)

Costner lograba aquí su mejor y más sólido largometraje, recuperando el espíritu de los grandes relatos morales clásicos y actualizándolo con una sensibilidad y honestidad asombrosas. Lo que apuntaba a un ejercicio nostálgico se convierte en una depuración emocional y formal del género que encuentra su clímax en uno de los mejores tiroteos de los últimos tiempos.

12. The Rider (Chloé Zhao, 2017)

Una de las reinvenciones más líricas y humanas de todo este western moderno. Borrando la línea entre ficción y documental, cuestiona el mito y figura del cowboy, ofreciendo un protagonista al que interpreta un jinete real que ha sufrido el accidente que en la cinta se relata, encarnando un héroe marcado por la vulnerabilidad y el desarraigo. Zhao encuentra en su sobriedad formal una espiritualidad única, llegando a ser lo más cercano a Malick que pueda recordar actualmente.

11. Rango (Gore Verbinski, 2011)

Muy pocas películas han entendido y parodiado con tanta precisión la gramática del western como Rango. Bajo una apariencia animada un tanto excéntrica hay un homenaje abordado con muchísimo amor cinéfilo, una aventura en la que un camaleón despojado de identidad deberá atravesar todo el imaginario del género hasta encontrarse a sí mismo.

¡Mención de honor! 


Añado dos películas aquí que han quedado fuera de este Top 15 pero me gustaría reivindicar de igual forma. Por un lado Calamity (Rémi Chayé, 2020), que articula un coming-of-age en clave feminista desde la animación, con un sentido de la aventura maravilloso; y por el otro, la reciente Los Colonos (Felipe Gálvez Haberle, 2023), una crónica brutal sobre la barbarie y violencia sobre la que se construyó el Estado chileno, que es además sucesora espiritual del quinto puesto de este listado.


10. Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005)

En 2005 conseguiría Ang Lee acertadamente lo que Jane Campion trataría de recrear 6 años después y que, incomprensiblemente, le llevaría a obtener más de una decena de nominaciones en los Oscar de su año: Un estudio psicosexual de sus personajes principales a través de una relación explícitamente homoerótica. En El poder del perro todo resultaría en una cinta errática y llena de clichés, pero en esta versión logró Lee incluirlo de forma totalmente natural y emocionante, firmando una obra demoledora sobre la erosión de un deseo impronunciable dentro de sus fronteras.

9. Comanchería (David Mackenzie, 2016)

Traslada toda la simbología del western a una América mucho más actual: Los caballos se sustituyen por pick ups, las prendas de cowboy por trajes, las fronteras pasan a ser económicas... Pero la ley continúa siendo injusta. Mackenzie capta el ocaso del sueño americano en un thriller espléndido con un reparto de diez. 

8. Valor de ley (Joel y Ethan Coen, 2010)

He limitado la lista a una película por director para que los Coen —y alguna directora que queda por venir— no la acaparasen solos. Valor de ley nos recuerda, como todo western de los hermanos, la verdadera fuerza del género y su poder narrativo. Un remake moderno de la adaptación que ya hizo Henry Hathaway hace más de medio siglo que funciona como un tiro gracias a un Jeff Bridges en estado de gracia —así como en Comanchería—, y a esa mirada infantil y precoz que aporta una jovencísima Hailee Steinfeld.

7. Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015)

La primera mitad puede recordar al género más clásico —desde Centauros del desierto hasta Horizontes de grandeza—, pero conforme uno se adentra en Bone Tomahawk descubre un western asentado sobre el terror absoluto. Zahler lleva a extremos inimaginables el mito fundacional del Oeste hasta alcanzar unos territorios completamente secos, llenos de gore y horror físico.

6. Bacurau (Kleber Mendonça Filho, 2019)

Lo mejor de Bacurau tal vez sea entrar a ella sabiendo lo menos posible —ni conociendo uno la carrera de Mendonça podría imaginarse lo que esta película contiene, por lo que me limitaré a decir que pocos de los westerns recientes han sido tan urgentes y frontalmente políticos como esta. Es como si Leone se topara con Rocha en una distopía mezclada con lo mejor del spaguetti western.

5. Jauja (Lisandro Alonso, 2014)

Pocas dudas quedan de que se encuentra en Jauja una de las fotografías más sorprendentes en muchísimos años. Lisandro Alonso mantuvo aquí el habitual tempo contemplativo de sus anteriores largometrajes, pero partiendo de algunos elementos fordianos virados hacia la abstracción logró una cinta totalmente hipnótica de principio a fin, desarmando el western desde su núcleo simbólico: el viaje.

4. Mud (Jeff Nichols, 2012)

Ya se ha apuntado en repetidas ocasiones que Nichols evoca aquí a Mark Twain —quien sobrevuela toda la narración—, pero también reinterpreta a Ford desde una sensibilidad contemporánea, haciendo de ese río su propio espacio de tránsito y formación, reubicando los mitos del forastero y encontrando en esa orilla fluvial una extensión simbólica de la frontera americana. En este caso, ese armado personaje al que da vida un sublime Matthew McConaughey se ve filtrado a través de la mirada de unos niños que proyectan en él un ideal que poco a poco se irá disolviendo conforme avance el metraje. Nichols transforma el western en una fábula sobre el fin de la inocencia, sobre la imposibilidad de sostener un relato heroico en un mundo que ha dejado de creer en ellos.

3. El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007)

Dominik firma aquí sin duda una de las más profundas revisiones del género, desplegando un dispositivo lírico crepuscular donde el crimen queda ya anunciado desde el mismo título, pero que desarrollará sobre un ejercicio de contemplación brillante gracias a la espectral fotografía de Roger Deakins. Una disolución del relato clásico en la que los protagonistas optan por pudrirse en el encuadre en lugar de cabalgar hacia el horizonte.

2. La ceniza es el blanco más puro (Jia Zhangke, 2019)

Aunque pueda no parecer relacionado a simple vista, lo que hace aquí Zhangke es reconfigurar el wuxia y el melodrama como géneros afines al western crepuscular. Así como Ford, pone el foco en la construcción del carácter individual frente a la comunidad, y en el desgaste de rituales colectivos enfrentados al paso del tiempo. En este caso es una figura femenina quien ocupa la posición del "último cowboy", Zhao Qiao, quien vive fiel a un código ético aun cuando todo a su alrededor ya parece haberlo abandonado. El concepto de Jianghu aparece aquí como correlato cultural chino del territorio del western; es el espacio fuera del orden imperial donde los individuos viven según su voluntad. Lo importante es que La ceniza es el blanco más puro narra el derrumbe de ese mundo mítico. Es Unforgiven, o The Man Who Shot Liberty Valance, pero recontextualizado en la China postsocialista.

1. Meek's Cutoff (Kelly Reichardt, 2010)

Curioso que los dos primeros puestos los ocupen películas que asumen y reconfiguran a través de la mujer ese código de honor que se creía masculino. Meek's Cutoff es la más radical de las reformulaciones de este siglo. El western ha quedado históricamente ligado al uso de formatos panorámicos como el CinemaScope, que permitían abrir el encuadre horizontalmente para mostrar el paisaje —como símbolo de expansión o conquista—. El encuadre siempre ha sido vehículo visual de una ideología, y no es baladí que Reichardt opte aquí por el uso de ese opresivo 4:3, de modo que niega esa expansión pues no hay horizonte hacia el que proyectarse, ni épica de la marcha hacia el oeste. En su lugar solo queda una sensación de encierro, de camino sin salida, y no sabremos dónde se dirigen los personajes porque el encuadre es el primero en ocultárnoslo.
Y el formato queda al servicio del punto de vista, de una mirada femenina que había quedado siempre relegada a un rol secundario, pasivo, pero que aquí ocupa el centro de la narración y brinda al espectador esa perspectiva atenta, silenciosa. Reichardt desactiva desde dentro todos los códigos tradicionales mediante esa puesta en escena que niega constantemente la épica y abraza lo pequeño y cotidiano, lo incierto; y convierte el silencio en una herramienta de tensión dramática, la espera en una forma de resistencia. Y al dejar de lado la violencia explícita nos enseña a apreciar de nuevo otros detalles, lo absurdo del conflicto humano en un mundo donde la supervivencia en sí ya resulta en una lucha. Logra, por encima de todo, que en una obra llena de comienzos y nacimientos 
—no humanos—, lo que pareciera nacer en primer lugar de nuevo, fuese el western.


¹ Santamarina, A. (1999). Western y compromiso. En los confines del western. Nosferatu. Revista de cine. (31):70-77.

² Bueno Lisboa, G. (2023). Acid Western – Contracultura, existencialismo e as fronteiras do gênero western. Rebeca (São Paulo, Brazil), 11(2). https://doi.org/10.22475/rebeca.v11n2.867

³ Benavente, F. (2017). El héroe trágico en el Western : el género y sus límites. Athenaica Ediciones Universitarias.

Comentarios

Entradas populares

Entradas populares